Son las 11:28pm. Acabo de llegar al apto. que una vez más encuentro vacío. Entro huyendo con temor a toparme con un mapache rabioso o con una serpiente venenosa no identificada. Me duelen los pies, la cabeza, la espalda, los bíceps; tengo una raspadura en el talón, las manos quemadas y los ojos hinchados.
El día fue lento, comparan los compañeros. Mañana habrá una boda, será más o menos igual. Cuando comience el verano esto se va a poner full, me dice mi compañero mejicano.
Éstas han sido las 8 horas más largas de mi vida. ¿Divertido? ¡Ja! De divertido nada. Estar subiendo y bajando escaleras, cargando y descargando, siempre de pie. Oyendo en mi cabeza los sermones de la abuela sobre no pasar de lo caliente a lo frío muy rápido porque nos pasmaríamos y temiendo que de un momento a otro mi boca se tuerza y no recupere su forma original.
8 horas forzadas.
¿Lo volverías a hacer me preguntan?
No renunciaría por nada.
El trabajo es pesado, sí, pero el ambiente es maravilloso. El chef es americano, pero juro que tiene el dominicano detrás de la oreja (él ya es negro). Los dos sous chef los conocí cuando llegué a la isla y son un encanto. Mi compañero de puesto se llama Benigno, pero le dicen Nino, es mexicano y es súper amable. Los cocineros son una cura, cuando no hay presión se nota que son el alma de cualquier fiesta.
Todos son(mos) un equipo. Nos apoyamos y trabajamos para dar el mejor servicio. Digan lo que digan e inventen lo que inventen, las personas que componen la cocina del Shoals Club hacen que un día de trabajo duro no sea despreciado por ninguno de sus integrantes.
Y para recuperarme y seguir en la marcha solo necesito dormir hasta el medio día de mañana, así que
Besos,
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